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El expresidente Álvaro Uribe, cuya poderosa figura ha marcado la vida política del país en este siglo, enfrenta en el ocaso de su carrera la prueba más dura para un hombre público, la cárcel que ha esquivado desde que dejó la Presidencia hace diez años.
El caso por presunto fraude procesal y soborno de testigos en una demanda presentada por él mismo contra el senador Iván Cepeda y por el que la Corte Suprema de Justicia ordenó su detención domiciliaria, es sin embargo de los menos graves entre decenas de procesos que tiene y que van desde injuria hasta presuntos vínculos con matanzas paramilitares.
ENEMIGO DE LAS FARC
Álvaro Uribe gobernó el país entre 2002 y 2010 y dejó la Presidencia con una inédita popularidad del 75 %, aclamado por la mayor parte de los colombianos por los logros de su política de seguridad democrática y principalmente de la lucha contra las Farc, a las que asestó los primeros grandes golpes en el campo militar después de varias décadas de dominio guerrillero.
La determinación de combatir a las Farc fue una obsesión suya tras el asesinato de su padre, el ganadero Alberto Uribe Sierra, a manos de esa guerrilla en 1983.
Con un estilo personalista, carácter recio y encendido discurso patriotero resumido en su lema de “mano firme y corazón grande”, Uribe recorrió campos y ciudades y se ganó el favor del empresariado, que junto con las Fuerzas Armadas fueron pilares de su Gobierno.
Álvaro Uribe llegó a la Presidencia a los 50 años de edad, como candidato disidente del Partido Liberal, después de una exitosa carrera pública que lo llevó a ocupar, entre otros cargos, los de director de la Aeronáutica Civil, senador, alcalde de su natal Medellín y gobernador del departamento de Antioquia.
REY EN LAS URNAS
Desconocido para la mayor parte de los colombianos hasta 2002, cuando decidió ser candidato presidencial independiente, Uribe conquistó rápidamente el electorado con un discurso directo en el que prometía mano dura contra las Farc que por esa época tenían entre la espada y la pared a un Estado debilitado al que propinaban sangrientos golpes en los campos del país.
Esa promesa, aderezada con su modo afable, por momentos campechano, de hombre de finca, aficionado a los caballos de paso y capaz de beber una taza de café sin derramar una gota mientras monta uno, le granjearon el apoyo de más de la mitad de los colombianos que lo eligieron presidente en 2002 con el 54,5 % de los votos, sin necesidad de ir a una segunda vuelta.
Cuatro años más tarde, en la cresta de la popularidad por los resultados de su Gobierno en materia de seguridad, de crecimiento económico y de atracción de inversión extranjera, se convirtió en el primer presidente reelegido en Colombia en una elección en la que fue prácticamente aclamado y se impuso con el 62,3 %.
CADENA DE ESCÁNDALOS
Pese a que las denuncias en su contra empezaron a aflorar antes de llegar a la Presidencia, Uribe no es de dejarse amedrentar ni de rehuir a la confrontación y así lo ha hecho hasta hoy.
De su gestión a comienzos de los años 80 como director de la Aeronáutica Civil, organismo que regula la aviación en Colombia, surgieron años después las primeras denuncias en su contra por el supuesto otorgamiento de licencias a personas relacionadas con el narcotráfico.
De su periodo como gobernador se le acusa de haber apoyado la masacre de El Aro, en la que paramilitares asesinaron a 17 campesinos en octubre de 1997.
Ninguna de esas y otras denuncias hicieron mella en su prestigio y poder político, que sin embargo empezó a sentir golpes en su segundo mandato por sus constantes riñas con el Poder Judicial, con el que no ha tenido las mejores relaciones.
En 2009 salió a la luz el escándalo de las interceptaciones telefónicas del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) a magistrados, políticos y periodistas, por el que fueron condenados a penas de prisión varios de sus subalternos.
En febrero del año siguiente sufrió un revés en la justicia cuando la Corte Constitucional desautorizó la celebración de un referéndum para decidir sobre una segunda reelección suya, lo que puso fin a sus aspiraciones de completar doce años en la Jefatura del Estado.
Pese a que los escándalos aumentaron en los últimos años de su Gobierno, entre ellos las denuncias de que hubo compra de votos de congresistas en 2006 para que se aprobara la enmienda constitucional que permitiría la reelección, y la de los “falsos positivos”, como se conoce a las ejecuciones de civiles a manos de militares que los presentaban luego como guerrilleros muertos en combate, Uribe logró sortear todas las acusaciones sin mayor daño político.
Tanto es así que en las elecciones de 2010, a las que no pudo presentarse, logró que los colombianos eligieran presidente a su candidato, Juan Manuel Santos.
OPOSICIÓN FRONTAL AL ACUERDO DE PAZ
La elección de Santos fue un voto de confianza a la gestión de Uribe, aplaudido por su guerra sin cuartel contra las Farc, que le llevó a enfrentarse verbalmente incluso en escenarios internacionales con sus homólogos de entonces de Venezuela, Hugo Chávez, y de Ecuador, Rafael Correa, choques que acabaron en ruptura de relaciones diplomáticas.
Sin embargo las cosas no salieron como pensaba y Santos, que al asumir la Presidencia exaltó a Uribe como “un hombre que brillará en la historia patria”, que “devolvió a los colombianos la esperanza” y sentó las bases para un país próspero, empezó a distanciarse de su mentor a los pocos meses de asumir el poder.
La ruptura definitiva vino con la decisión de Santos de negociar un acuerdo de paz con las Farc, interpretada por el uribismo pura sangre como una traición a sus política de mano dura, lo que desembocó en la oposición frontal del caudillo a los diálogos de paz que tuvieron lugar en La Habana.
La ruptura con Santos lo llevó a fundar en 2013 un partido de oposición a su Gobierno, el Centro Democrático, que no tardó en cosechar sus primeros triunfos en las urnas.
A la cabeza de una lista cerrada de su partido Uribe fue elegido senador en 2014 con una votación histórica y repitió en 2018. En el intermedio, lideró la campaña por el “No” en el plebiscito que el 2 de octubre de 2016 le dio la espalda a al acuerdo de paz.
La última demostración de su fuerza política la dio en las elecciones presidenciales de 2018 en las que su pupilo en el Centro Democrático, Iván Duque, devolvió el poder al uribismo que hoy vive su hora más aciaga. Efe