Todo era felicidad al verlos salir”, recuerda el buzo español Fernando Raigal, que participó en el rescate de los doce niños atrapados junto a su tutor en una cueva del norte de Tailandia.
“Mientras los trasladábamos algunos de ellos eran muy pequeños e iban sedados, pero era un alivio escuchar su respiración”, cuenta en una entrevista a Efe tras su regreso a Bangkok, donde reside desde hace unos meses.
Los chicos y el entrenador recibieron sedantes “para evitar que entrarán en pánico” durante el rescate y salieron al exterior “inconscientes”, detalla.
La extracción empezó el domingo 8 y sacaron a cuatro chavales; el lunes 9, sacaron otros cuatro; y el martes 10, completaron la operación con los cinco restantes, entre ellos el adulto.
Los estudiantes, de entre 11 y 16 años, y el entrenador, de 26, se adentraron en la caverna Tham Luang, en la provincia de Chiang Rai, el sábado 23 de junio tras completar un entrenamiento del equipo de fútbol “Jabatos salvajes”, del que forman parte.
Una súbita tormenta inundó parcialmente la cavidad y les dejó atrapados en le interior.
La voz de alarma la dio una de las madres al ver que su hijo no regresaba a casa.
“Recibí un aviso (la noche del domingo) por parte de un conocido y a primera hora del lunes ya estaba ayudando en la cueva”, dice el buzo, natural de Ciudad Real.
Raigal, que aprendió a bucear con el Ejército y se especializó en trabajos de alta mar, cumplió 33 años en el interior de la cueva mientras contribuía a los preparativos.
Ayudo a colocar los cabos que sirvieron como guía a un grupo de buzos británicos experimentados en inmersiones subterráneas y de los cuales dos encontraron a los desaparecidos en una gruta a cuatro kilómetros de profundidad el 2 de julio: habían pasado nueve días desaparecidos, sin comida y en la oscuridad.
“Tenían un camino de cinco horas de ida y vuelta. El resto permanecimos a la espera de noticias. Cuando regresaron y dijeron que los habían encontrado fue tremendo (…) La operación de búsqueda había terminado y ahora tocaba el rescate”, recuerda el voluntario español.
La misión de salvamento, en la que participaban más de mil personas, fue tomando forma poco a poco para superar las numerosas complicaciones con las que se encontraron los equipos de rescate.
Había que bucear con visibilidad nula por laberínticos túneles llenos de estrechos pasadizos y rocas afiladas para alcanzar la cueva donde se encontraba el grupo.
La dificultad de la misión se hizo patente con el fallecimiento de Saman Gunan, de 38 años, quien perdió la conciencia por la falta de aire durante una misión de abastecimiento. Sus compañeros han iniciado una campaña de recogida de donaciones para su familia.
Durante la fase subacuática del rescate, colocaron a los atrapados una máscara especial que le cubría toda la cara y le permitía respirar con normalidad a través de los 150 metros que duraba la inmersión.
Una hilera de soldados y voluntarios, entre ellos Raigal, llevó en volandas una vez fuera del agua a los rescatados -que permanecían postrados en una camilla- hasta la entrada, donde aguardaban los equipos sanitarios para el traslado al hospital de Chiang Rai.
“Hubo un sentimiento de liberación al completar el traslado del último de los atrapados (…) El objetivo era sacar a los chavales ‘cueste lo que cueste’ y lo conseguimos”, dice Raigal.
Los trece se recuperan con normalidad en el centro sanitario y ninguno sufre de problemas graves de salud, según los partes médicos. Los primeros que salieron recibirán el alta el próximo domingo.
El ciudadrealeño evita la etiqueta de héroe: “Al fin y al cabo hemos acudido a una llamada de auxilio y lo hemos hecho lo mejor que pudimos”, explica con humildad. Efe