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Flora Villareal, de 67 años, es parte de un grupo de cubanos que se graduó de un programa experimental de afinación de pianos para ciegos y débiles visuales en 1970 y, medio siglo después, todavía trabaja en el mismo oficio.
Pero este año ha sido difícil porque generalmente trabaja para los estudios de grabación y sitios de actuación en La Habana, que tuvieron que cerrar durante muchos meses debido a la pandemia de coronavirus.
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“Ha sido muy difícil porque prácticamente no ha habido trabajo”, dijo Villareal, una mujer con cabello plateado hasta los hombros que usa un bastón de color blanco. “Y también he tenido que cuidarme porque el coronavirus uno no sabe dónde está”.
Nacida en una familia con predisposición genética a la discapacidad visual, solo uno de sus tres hermanos vive. Tiene un hijo y una nieta en la ciudad de Matanzas, a unos 100 kilómetros al este de La Habana, a quienes visita una vez al año.
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“Vivo sola, entonces es un poco difícil estar atendiendo a la casa y a la vez trabajando y saliendo a la calle a buscar las cosas”, dijo Villareal, que se jubiló de instituciones culturales del Estado en 2012 pero trabaja por encargos privados para sumar ingresos a su magra pensión de unos 13 dólares al mes.
La escasez de bienes en Cuba ha empeorado por la pandemia, mientras que el Gobierno de Donald Trump ha reforzado las sanciones estadounidenses, deprimiendo aún más la frágil economía de planificación centralizada.
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Las fuertes medidas de restricción aplicadas por Cuba han permitido contener el brote de coronavirus, pero ha dificultado aún más que personas como Villareal lleguen a fin de mes.
Su discapacidad y la profesión altamente especializada se suman a las dificultades estructurales en la isla. “Pero sigues adelante porque siempre terminas superando las dificultades”, relató la mujer. Reuters