Luces y sombras de las finanzas verdes

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La financiación “verde” está en auge y se posiciona como gran aliada en la lucha contra el cambio climático, pero, dada la falta de regulación, corre el riesgo de ser utilizada por empresas e inversores para lavar su imagen en lugar de tener un verdadero impacto en la descarbonización del planeta.

La financiación “verde”, uno de los ejes de debate de la próxima Cumbre del clima de Glasgow, forma parte de las finanzas sostenibles o ESG (por sus siglas en inglés), que son aquellas destinadas a inversiones relacionadas con factores medioambientales, sociales y de gobierno corporativo.

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Actualmente, la etiqueta de sostenible la otorgan agencias de calificación especializadas, que evalúan proyectos o empresas en función de criterios financieros, ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo mediante metodologías de investigación propia.

LOS BONOS VERDES, EL ICONO DE LA FINANCIACIÓN SOSTENIBLE

La modalidad más extendida son los “bonos verdes”, emisiones de deuda cuyos fondos se destinan a financiar proyectos relacionados con la lucha contra el cambio climático, como renovables, movilidad eléctrica o eficiencia energética.

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El bono verde es el icono de la financiación sostenible, fue el primer producto en aparecer (la primera emisión la hizo el Banco Mundial en 2017) y es el que más desarrollo ha tenido”, ha explicado a EFE el secretario general del Observatorio Español de la Financiación Sostenible (OFISO), Juan Carlos Villanueva.

A estos se han sumado recientemente los bonos ligados a objetivos de sostenibilidad o SLB (Sustainability Linked Bonds) en los que el emisor se compromete a lograr en un plazo objetivos como, por ejemplo, reducir sus emisiones hasta un cierto nivel, de forma que si no cumple será penalizado (pagará más intereses) y si lo supera será primado.

Desde el punto de vista de la inversión, están los fondos sostenibles, que invierten sólo en empresas o proyectos que cumplen determinados criterios de sostenibilidad y que van dirigidos a inversores que además de obtener rentabilidad quieren combatir el cambio climático.

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EL EMISOR GANA REPUTACIÓN Y EL INVERSOR PUEDE INVERTIR EN FUNCIÓN DE SU ÉTICA

“La tendencia es que el inversor discrimine, cada vez más, dónde invierte y dónde no” y ahí es donde cobra importancia lograr la etiqueta “verde” a la ahora de atraer fondos para un proyecto, ha dicho a EFE Salvador Jiménez, consultor del área de Análisis Económico y Mercados de Analistas Financieros Internacionales (AFI).

La ventaja para el inversor es que así sabe que sus ahorros no se destinan a actividades que van en contra de sus valores éticos y morales, mientras que el emisor ve reforzada su reputación, lo que le permite diversificar y ampliar sus fuentes financiación y rebajar su coste, ha apuntado Jiménez.