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El juicio político que superó en 1999 el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, se ha convertido en un espejo singular para el proceso de destitución de Donald Trump, que comienza este martes en el Senado, con los republicanos decididos a copiar estrategias y los demócratas dispuestos a aprender de fallos para influir al máximo en el desarrollo del caso.
“Lo que estuvo bien para el presidente Clinton estará bien para el presidente Trump”, proclamó hace dos semanas el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell; bajo ese lema se esconde el firme propósito de los republicanos de controlar el rumbo del juicio político en el Senado y de contener la influencia de los demócratas, que, como hace dos décadas, son la minoría en la Cámara Alta.
El proceso contra Clinton en el Senado duró cinco semanas, tres más de las que calcula la Casa Blanca para el juicio a Trump, y acabó en su absolución, el mismo resultado que se espera ahora; las prisas también marcaron el inicio del “impeachment” a Clinton: el líder republicano en el Senado, Trent Lott, tenía claro que no quería un juicio político prolongado, y tardó menos de tres semanas en iniciar el proceso desde el voto en la Cámara Baja.
Igual que Trump, Clinton enfrentaba dos cargos, los de mentir a un gran jurado y de obstrucción a la justicia, por haber intentado ocultar su relación sexual con la becaria Monica Lewinsky; Lott aplazó la discusión sobre la posible comparecencia de testigos hasta una segunda fase del juicio político, un precedente en el que se ha basado McConnell para rechazar el intento de la presidenta de la Cámara Baja, la demócrata Nancy Pelosi, de negociar los testimonios antes de enviar los cargos al Senado.
El 7 de enero de 1999 comenzó el juicio político con el juramento como “juez” del presidente del Tribunal Supremo, William Rehnquist; y la entrega de los cargos por parte de los trece “fiscales” de la Cámara Baja -todos ellos hombres blancos; mientras que, de los siete que procesarán a Trump, tres son mujeres y hay dos negros y una latina.
El 4 de febrero, la mayoría republicana perdió una votación clave: por una amplia mayoría de 70 votos, el Senado decidió no obligar a comparecer en persona a Lewinsky; en cambio, permitieron a los “fiscales” republicanos que presentaran en el Senado extractos en vídeo de su declaración a puerta cerrada.
El 6 de febrero se instalaron grandes pantallas en la Cámara Alta para reproducir esos testimonios, un modelo que los demócratas del Senado actual quieren reproducir para reforzar su caso contra Trump, aunque para ello necesitarán sacar adelante una votación que cambie las reglas en el todavía analógico hemiciclo.
Tras escuchar los argumentos finales, el Senado inició su deliberación a puerta cerrada el 9 de febrero. Tres días después votó en contra de destituir al presidente. Un total de 55 senadores le declararon no culpable del cargo de perjurio, mientras que 50 bastaron para absolverle del de obstrucción de justicia; dos décadas después, la rapidez y polarización del proceso contra Clinton prometen marcar también el juicio político de Trump.
Pero un factor traza una diferencia abismal: en 1999 la oposición controlaba ambas cámaras y dio forma a todo el proceso; ahora, en cambio, los rivales de Trump solo son mayoría en la Cámara Baja y, al enviar los cargos al Senado, han cedido las riendas al partido del presidente. EFE





