Presentan avances sobre el hipotético “burdel de los nazis”

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Foto: EFE

El conocido como Salón Kitty, el selecto burdel de los nazis al que se asocian sexo y espionaje, merece una nueva investigación que ahora ve la luz en Berlín con datos que aproximan el mito a una realidad escasamente documentada.

El número 11 de la Giesebrechtstrasse, un edificio con bajos comerciales que albergan hoy una tienda de audífonos y otra de decoración de interiores alojó entre 1939 y 1942 el que se llegó a calificar como “el mayor burdel del Tercer Reich”.

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En su tercer piso y en unos 500 metros cuadrados Kitty Schmidt gobernaba un elegante prostíbulo que toleraron los dirigentes nazis cuando ya Berlín no era la metrópoli en la que, en la década de los años veinte, llegaron a trabajar en la prostitución 120.000 mujeres y 35.000 hombres.

El propósito era utilizar ese piso como un exclusivo y confidencial lugar de encuentro para diplomáticos extranjeros basados en Berlín o de paso por la capital, aunque también militares y potenciales enemigos internos del régimen de Adolf Hitler.

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En la intimidad del vestíbulo del salón -con un piano de cola, candelabros de cristal y gruesas alfombras- al que los clientes accedían con cita, o en cualquiera de sus nueve habitaciones era previsible que se hicieran confidencias que podrían ser utilizadas por los dirigentes nazis para castigar a disidentes o adelantarse a decisiones de países “amigos”.

Para ello un dispositivo de escucha con micrófonos era esencial: lo hablado en las estancias del tercer piso llegaba hasta el sótano, hasta donde una red de cables transportaba el sonido, que se grababa en discos.

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Artífices del plan fueron dos entonces jóvenes altos cargos del régimen nazi: Reinhard Heydrich, responsable máximo de la seguridad y posteriormente coartífice del holocausto, tuvo la idea y la implementó el jefe del espionaje, Walter Schellenberg. O al menos así se pensó durante décadas. EFE