Foto: Anadolu
El Ecuador vive una de las peores crisis sanitarias de su historia por el desbordamiento de personas contagiadas y fallecidas por el COVID-19. Hasta este 8 de abril se han registrado 4.450 contagiados de coronavirus en todo el país y 242 fallecidos por el virus.
De ese total de infectados, 3.047 se ubican en la provincia de Guayas, cuya capital es Guayaquil y donde se tiene el registro más alto de contagios en Ecuador, con 2.135. De hecho las autoridades estiman que en los próximos meses las muertes en ese estado pueden llegar a las 3.500.
De esta manera, Guayaquil, el principal puerto de Ecuador y una de sus ciudades más grandes, se ha convertido en uno de los escenarios más crueles de esta pandemia.
“Embalamos su cuerpo en plástico y ahí estaba, en el suelo, como algo que no sirve. Fue una muerte cruel”. Así recuerda Bertha Salinas el fallecimiento de su hermana, Inés, de 67 años.
Oriunda de Guayaquil, Inés había enfermado la segunda semana de marzo, tenía una tos fuerte y dificultad para respirar. Pocos días después, su esposo, Filadelfio, de 71 años, empezó a presentar los mismos síntomas. Su familia jamás se imaginó lo que estaría por vivir.
Los dos adultos mayores se rehusaban a acudir a un hospital “porque tenían miedo de morir solos y que nosotros jamás sepamos de ellos”, relata Bertha a la Agencia Anadolu.
Eran las 2:00 p.m. del 30 de marzo cuando Inés falleció. Dos horas después, su esposo también murió. La familia empezó a buscar funerarias en la ciudad, llamó al número de emergencias 911, pero nadie les dio una respuesta sobre el procedimiento para levantar los cadáveres.
Los cuerpos de Inés y Filadelfio pasaron cinco días en la sala de su casa, embalados con sábanas blancas y plástico. El olor por la putrefacción de los cuerpos era “algo que no puedo describir, que hasta ahora no lo olvido y es algo que jamás debimos vivirlo”, cuenta Bertha. Finalmente, los cuerpos de sus familiares fueron recogidos el pasado 4 de abril.
En Guayaquil es invierno ecuatorial, por lo que hay más lluvia y humedad, y la temperatura puede llegar a los 35 grados centígrados. Esto contribuye a que los cuerpos de fallecidos sufran una descomposición más rápida. Por eso en redes sociales se veían algunos cuerpos embalados o cubiertos con sábanas en las calles. Uno de ellos fue el de Marcos Mite, un hombre de 52 años que vivía al norte de la ciudad.
“Mi hermano se estaba pudriendo. Le cayeron (al cadáver) dos lluvias, le echamos desinfectante para bajar un poco los olores”, cuenta Sandra, la hermana de Marcos. Al tercer día de fallecido, la familia decidió sacar a la calle el cuerpo embalado en sábanas. “Los vecinos dijeron que iban a prender llantas y hacer protestas para que se puedan llevar el cadáver de mi hermano porque el olor no se soportaba”, dice.
Sandra desconoce si su hermano era portador de COVID-19, pues jamás llegó a hacerse una prueba que identificara si sus problemas respiratorios fueron producidos por el virus. Y por una resolución de las autoridades sanitarias desde que se confirmó la presencia de coronavirus en Ecuador se prohibieron las autopsias, a fin de evitar el contagio del personal médico.
Es lo que tampoco sabrán los familiares de Félix Ibarra, un hombre de 72 años que falleció a los tres días de presentar complicaciones respiratorias y fuertes dolores en el pecho. Él era un jubilado y su hijo Víctor cree que “en Ecuador desde el inicio decidieron quién vivía y quién no”, pues su padre nunca pudo recibir atención médica en uno de los hospitales del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS).
“Me dijeron que solo podían internar a los pacientes de hasta 62 años, entonces mi padre ya no tenía derecho a vivir, sino que debía irse a su casa a morir”, comenta Víctor.
Y así fue. A los tres días de aquella negativa murió en su vivienda, ubicada en el centro norte de Guayaquil. Los recuerdos desde aquel día son “solo de caos”. El cuerpo de Félix fue retirado de su vivienda al cuarto día de perder la vida.
“Vi en televisión que el gobernador de la provincia estaba en vivo en una entrevista cerca de mi casa y corrí hasta allá para pedirle ayuda, y días después vino la Policía a llevarse el cuerpo”, dice Víctor.
A estas tres familias no solo las une sus historias similares, de tener que convivir día y noche junto a un cadáver. Ahora tienen que lidiar con la incertidumbre del paradero de los cuerpos de sus seres queridos.
Bertha cree que su hermana fue cremada, pero aún no ha recibido noticias de ello. Víctor comenta que su padre podría estar aún en la morgue, mientras Sandra dice que las autoridades le dijeron que recibiría una llamada para confirmar si cremarían o enterrarían a su hermano.
“Me dijeron que lo iban a poner en la morgue y que tal vez se pierda el cadáver. Por eso le pegué en su cuerpo un papel con sus nombres y mi contacto, aunque aún no sé el paradero de mi padre”, relata Víctor. Anadolu




