Si las marchas y el discurso fueran la solución, estaríamos en el mejor gobierno de la historia de este país.
Al parecer, en la Casa de Nariño consideran que las marchas son la mejor forma de gobernar y que las concentraciones en plaza pública, para escuchar el discurso del líder nacional, van a solucionar el bajo crecimiento de la economía, a reactivar las necesarias obras de infraestructura, a traer la necesitada paz a los territorios asediados por la guerra, a alimentar a niñas y niños en desnutrición y a un largo etcétera por solucionar. Si fuera así, yo marcharía de primero.
Si las marchas y el discurso fueran la solución, estaríamos en el mejor gobierno de la historia de este país; después de catorce meses del Gobierno del Cambio, lo que más recordamos los colombianos son los balconazos presidenciales, las intervenciones en plaza pública del primer mandatario y los particulares discursos en la asamblea general de la ONU, con montaje de aplausos incluido.
Las marchas del 27 de septiembre trajeron un componente adicional: El volcamiento del Gobierno Nacional a favor de la realización de las mismas y el apoyo directo a sus candidatos regionales y al Pacto Histórico, asunto totalmente alejado de los objetivos constitucionales y legales del Estado y de sus instituciones.
Como lo muestran las evidencias y las publicaciones del mismo presidente de la República, en su gobierno se está “ayudando al pueblo a movilizarse”, llevando miles y miles de indígenas desde sus lejanos territorios hasta Bogotá, con toda la logística necesaria para tal fin: Transporte, alimentación, estadía y la millonaria inversión necesaria para montar un evento con las características del realizado en la Plaza de Bolívar de Bogotá, ese miércoles de la marcha.
Si el objetivo era evidenciar el apoyo popular espontáneo y desinteresado al Gobierno del Cambio, la idea salió mal, pues lo que quedó claro, dicho por funcionarios públicos que participaron en las marchas, fue la presión para salir a apoyar la convocatoria. En realidad, fue un día perdido, por ejemplo, en el Invima: antes que salir a marchar habrían podido destinar esos esfuerzos en descongestionar 27.904 trámites que —según mencionó la Cámara de Industrias Farmacéuticas de la ANDI— tiene represados la entidad.
Si el gobierno quiere tener apoyo popular debería dar resultados contundentes y visibles y no subestimar la inteligencia ciudadana con ilusiones retóricas, debería cuidar más los detalles en las movilizaciones y evitar —por ejemplo— intoxicaciones masivas como las ocurridas en Sincelejo, o procurar mejores condiciones de estadía en Bogotá para los indígenas, quienes debieron dormir en carpas al aire libre, a pesar del frio capitalino. Seguro, los organizadores la marcha pasaron buena noche.
Antes de promover movilizaciones y marchas como solución, el Gobierno Nacional debería prestar atención al 0.3% del desacelerado crecimiento del producto interno bruto colombiano, al -3.2% del comercio, al -4% de la industria, al -3.7% de la construcción, o al -1.4% de la agricultura, según reportes del DANE. Las cifras no mienten.
Además, presionar las decisiones del Congreso de la República con movilizaciones y creer que el Congreso está para aprobar lo que el Gobierno diga y como el Gobierno lo diga, anula por completo el disenso, las voces críticas y las distintas visiones. Me parece que es una concepción equívoca de la democracia.
Una perla, el ministro de Justicia se queja porque la agenda legislativa va lenta, cuando la propia bancada del Gobierno se distrae en las marchas.
También es inquietante que el propio presidente de la República critique y ponga en duda las decisiones de los organismos electorales frente a las elecciones del 29 de octubre, sin ocultar en lo más mínimo su preferencia por ciertos candidatos. El desespero ante la evidente falta de apoyo popular no puede hacer pasar la línea de la participación en las elecciones por parte del primer mandatario.
Presidente, ministros, marchar no es sinónimo de gobernar, el país espera soluciones reales y puntuales, alejadas del revanchismo. Y el tiempo apremia.
Por: Víctor Manuel Salcedo – Representante a la Cámara