Colombia apuesta fuerte por el turismo de naturaleza en la Amazonía

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La Amazonía colombiana, un inmenso tapete verde en el que abundan riquezas hídricas en cuyas aguas crecen animales únicos como el delfín rosado y el caimán negro, apunta a convertirse en un polo de desarrollo del ecoturismo en Colombia.

Y es que cuando se está en esos territorios es un deleite pasar la vista y encontrar una paleta de verdes que alberga especies que esperan la salida del sol para brindar su espectáculo de sonidos y colores.

Uno de esos lugares es Puerto Nariño, población ubicada a orillas del río Loretoyacú, en el extremo sur del país, por cuyas estrechas calles no circulan ni autos ni motocicletas y que también es reconocido por ser el primer municipio de Colombia con cero emisiones de dióxido de carbono.

Los lugareños, la mayoría de tez cobriza producto del mestizaje, están orgullos no solo de la tranquilidad del lugar, sino de la flora y la fauna que rodea al “pesebre natural de colombia” al que se llega por lancha luego de viajar dos horas desde Leticia, la capital del departamento del Amazonas.

“El turismo ya está dentro de nuestro territorio, pero necesitamos que el mundo llegue y lo conozca”, dice con voz segura el presidente del Resguardo Indígena Ticuna, Rusbel Torres Ramos.

El indígena, que recuerda que en la zona también habitan grupos de los pueblos Cocama y Yagua, asegura que “hay muchas expectativas de los indígenas” sobre los beneficios en salud y educación que se deriven del turismo.

“La región goza de mucha tranquilidad y esa es una ventaja que no la tiene todo el país y se puede aprovechar para fortalecer el turismo de naturaleza”, dice mientras habla en su dialecto con un guardia indígena que sostiene entre sus manos un bastón de mando que le confiere autoridad.

El líder indígena destaca, sin embargo, que el mayor atractivo turístico de la zona es el complejo Lagos de Tarapoto, recientemente declarado como parte de la Lista Mundial de Humedales Ramsar.

“Ese es un paseo que no se puede perder nadie que venga a Colombia y tampoco los colombianos”, dice Torres extendiendo la mano en dirección a la que él llama la “cuna de los delfines rosados”.

Recuerda que años atrás “gentes extrañas” hicieron creer a los indígenas del lugar que si el complejo era declarado sitio Ramsar, les quitarían sus tierras y todo lo que hay en ellas.

Ahora “realmente todos han entendido que un sitio Ramsar es un reconocimiento internacional y genera la responsabilidad del Gobierno nacional de fortalecer y generar recursos para inversión que nos beneficien”.

Al mejor estilo de un consumado guía, Torres dice que en el complejo de Tarapoto, compuesto por unos 30 lagos, hay más de “883 especies de plantas, 244 de aves, 176 de peces, 57 de anfibios, 30 de reptiles y 201 de mamíferos”.

Entre tanto, Demetrio Soplín, de la guardia indígena, asegura que los turistas pueden estar seguros de que disfrutarán de la naturaleza y que “nada tienen que temer porque no hay grupos guerrilleros”.

“Acá la guardia indígena presta seguridad en el pueblo, pero no pasa nada, la gente es tranquila”, asegura el indígena de 60 años que ahora vive solo “pues la compañera murió y los hijos se casaron y se fueron”.

Destaca, igualmente, que la gente puede comer frutas que no hay en otros sitios como la pichirina, el arazá, el copoazú y el huito, del que dice también se utiliza en forma de ungüento para limpiar la piel y protegerse del sol.

El Gobierno colombiano viene trabajando iniciativas para desarrollar proyectos de turismo de naturaleza, especialmente después de que firmó el acuerdo de paz con la FARC, ahora convertida en partido político.

Con ello busca llevar el Estado a las zonas que años atrás dominó esa guerrilla y que abarcaron territorios ricos en fauna y flora, únicos en el mundo.

Destaca por ejemplo Caño Cristales, que ha sido catalogado como “el río más lindo del mundo”, ubicado en el municipio de La Macarena, en el departamento del Meta, informa Efe.

Igualmente, apuesta fuerte por el crecimiento del turismo en las costas del Pacífico que son un espectáculo cuando se convierten en hogar de las ballenas jorobadas que viajan desde el sur del continente en busca de aguas cálidas para tener a sus crías.