Ni el fuerte calor ni el sol de justicia, habitual en Cartagena desde las primeras horas del día, impidió a los feligreses volcarse hoy a las calles para ver pasar al papa Francisco durante su recorrido hacia las diferentes actividades en esta ciudad del Caribe colombiano.
Hombres y mujeres de todas las condiciones, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos provenientes de diferentes puntos del país se apostaron desde antes de que rayara el sol en el horizonte a lado y lado de las calles por donde iba a pasar el papamóvil para tener la mejor ubicación y recibir lo más cerca posible la bendición del sumo pontífice.
Aunque el cielo estaba parcialmente nublado y los termómetros marcaban 31 grados centígrados de temperatura, la alta humedad del ambiente hacía que la sensación térmica de quienes estaban en las calles fuera superior a los 36 grados.
Entre ellos, Shirley Aroca, una mujer de rasgos indígenas que llegó el día anterior a Cartagena luego de recorrer en autobús más de 400 kilómetros desde el departamento de La Guajira, acompañada de sus pequeños hijos para poder ver al papa Francisco.
Hoy muy temprano se ubicó cerca de la Torre del Reloj, en el centro amurallado de la ciudad, para “tener el mejor sitio del recorrido papal”.
“Yo vivo en Riohacha y me vine a Cartagena para poder recibir la bendición del papa y aunque está haciendo mucho calor, cualquier sacrificio vale la pena cuando se trata de renovar la fe”, manifestó a Efe mientras ayudaba a una amiga a acomodar una sombrilla cada vez que el ardoroso sol tropical se abría paso entre las nubes.
Junto a Aroca estaba Aída Puerta, una cartagenera quien a manera de broma dijo tener 61 años de edad y ser católica desde mucho antes de nacer porque en su familia siempre ha habido fervor religioso.
“Estoy aquí desde las siete de la mañana y yo sabía que aquí, cerca de la Torre del Reloj, podíamos ver de cerca a Francisco para que nos dé la bendición. A pesar de la fuerte sofocación, estar aquí es una emoción que no se puede describir”, agregó.
Los más precavidos llevaron consigo sombrillas, gorras, sombreros y bloqueador para protegerse del sol canicular caribeño, mientras otros buscaban cualquier árbol para guarecerse bajo su sombra.
Alejandra Hernández, oriunda de Bogotá; Andrea Galvis, de Bucaramanga, y Carlos Valencia, de Valledupar, no se conocían entre sí ni a ninguno de quienes estaban a su alrededor frente al parque de La Marina, pero en la espera acabaron haciendo amistad.
En un momento se tomaron de las manos, comenzaron a orar y a cantar alabanzas a las que se sumaron muchos de los que allí esperaban el paso del pontífice.
“La gente de Cartagena y quienes han venido a este acto son muy amables y yo creo que eso lo hace la fe que tenemos todos, de que ante los ojos de Dios todos somos iguales”, expresó a Efe Hernández, quien con su cabello totalmente blanco y su mirada vivaz dice llena de orgullo que tiene 65 años “bien vividos en Cristo”.
A pocos metros estaba Marisol Julio, una joven mujer al frente de 42 niños de entre seis y once años de edad pertenecientes a una de las “infancias misioneras” de la parroquia de La Alameda, un barrio de Cartagena.
“Los grupos son de entre 40 y 45 niños y somos cinco adultos por cada grupo. A veces es un poco difícil por la cantidad de gente, pero ellos se portan bien y la idea es que el papa Francisco nos pueda ver”, dijo sobre la responsabilidad que tiene con los pequeños, informa Efe.
Julio, como muchos entre la multitud reunida en este punto de Cartagena, se secaba el sudor de la frente y con sus compras hacía la alegría de los vendedores callejeros de agua y refrescos, sin incomodarse por la espera y el calor, porque como dijeron, “cualquier sacrificio vale la pena por ver al papa”.