La vida de Rigoberto Urán, el tercer colombiano que se encarama en el podium del Tour de Francia, está ligada a la suerte o, mejor dicho, al combate contra la mala suerte.
Su segundo puesto en la carrera ciclista más importante aparece como la revancha de un luchador que, desde muy joven, se hizo cargo de su familia tras el asesinato de su padre y miró grande al horizonte del futuro en pos de su sueño sobre la bicicleta.
Vendiendo lotería superó la adversidad y, a base de celo, sustituyó en el podium a su compatriota Nairo Quintana (tercero el año pasado), el primer colombiano en pisar el segundo escalón de los Campos Elíseos (en 2013 y 2015), y a Fabio Parra, el primero en subir al podium de París allá por 1988.
Urán peleó toda su vida, fue un pionero que cruzó el Atlántico para instalarse en Europa y recordara al mundo que el esplendor del ciclismo colombiano volvía a tener brillo.
Su nombre inscrito en el palmarés del Tour es el premio a su abnegación. Nadie le esperaba tan alto en la ronda gala, pese a que Urán ganó en 2012 la plata olímpica y ha estado ya dos veces en el cajón del Giro de Italia (2013 y 2014). En los últimos años, sus resultados hacían difícil imaginar que el ciclista pelearía con los mejores en el Tour.
Pero la calidad no se había escapado de sus piernas y el Cannondale, en busca de un líder, le dio los galones y la confianza para afrontar el desafío.
Urán no ha sido quien más ha atacado, ni el más fuerte en la montaña, ni en la contrarreloj. Su subcampeonato se ha fundamentado en su regularidad, en su capacidad de estar con los mejores en todos los terrenos.
Así superó al francés Romain Bardet, quien le acusó en varias ocasiones de falta de ambición por no atacar al líder, al británico Chris Froome. Urán, acostumbrado a superar las barreras de la vida, sabía que la del ciclista del Sky, que conquistó su cuarto Tour, era una meta insuperable.
Se quedó a 58 segundos del amarillo, la menor distancia de los cuatro Tours que ha ganado Froome, que nunca ha tenido más de un minuto de renta sobre el colombiano.
Así se resume la vida de este ciclista nacido en Urrao, un pueblo agrícola de la región montañosa de Antioquía de donde procede Martín Emilio “Cochise”, el primer colombiano inscrito en el Tour de Francia en 1975.
Fue su padre, un enamorado del ciclismo, quien le inculcó la pasión por ese deporte y el responsable de que tuviera la primera bicicleta, una máquina partida en cachos de un tío suyo.
La soldaron y el joven Rigoberto comenzó a pedalear por el pueblo hasta que en 2001, cuando él tenía 14 años, un retén de paramilitares pagó con un disparo mortal una desobediencia del padre.
Aunque en un primer momento eso le quitó el gusto por la bicicleta, Rigoberto volvió a montarse en ella, en parte para ir a vender lotería para poder sacar adelante a su familia, su madre Aradelly y su hermana Martha.
El joven estudiaba por las mañanas, entrenaba por las tardes y vendía suerte por las noches. El equipo local Orgullo Paisa se fijó en su talento y el muchacho vio en la bicicleta algo más que una pasión: con su primer sueldo compró una estufa a su madre.
A los 18 años firmó por el equipo italiano Tenax, un abismo en su vida que le llevó a alejarse de su familia y a dar un paso que abrió una puerta a toda una generación de ciclistas colombianos. Por la vía que abrió Urán entraron los Soler, Quintana y Chaves.
El joven Rigoberto añoraba su tierra y su gente, pero en Italia encontró a una pareja que le adoptó como a un hijo. Desde entonces, Rigoberto se refiere a ellos como sus padres adoptivos.
Urán no de detiene ante los obstáculos. El pasado día 9, camino de la meta de Chambéry en la novena etapa del Tour, un ciclista cayó junto al colombiano y dañó las marchas de su bicicleta.
Sin poder cambiar, afrontó el tramo final de la etapa en un duro “sprint” con el francés Warren Barguil, a quien superó por apenas milímetros que solo la lupa de la “photo finish” pudieron determinar.
Fue su primer triunfo en el Tour y ese día se dijo que nada era imposible en la ronda gala.
A partir de ese momento, Urán se convirtió en uno de los peligrosos para Froome que, cada día, prometía tener un ojo puesto en su maillot.
El colombiano no perdió la fe en sus fuerzas en ningún instante. Ni siquiera cuando en al contrarreloj definitiva del pasado sábado en Marsella, cuando ya avistaba la meta que significaba la gloria, calculó mal una curva y se estrelló contra las vallas. No cayó al suelo pero su suerte vaciló. Urán se rehizo y alcanzó su objetivo, el logro más importante de su carrera.