La educación tradicional lamentablemente nos enseñó a odiar, no hemos entendido la necesidad de evitar hablar mal de los demás.
Por: Freddy Serrano Díaz
Estratega Político
Sigo sin entender por qué después de cada crítica, una contra del gobierno, los fanáticos activistas ripostan sin titubeos: “puede llorar”, ¿es en serio?, ¿puedo llorar?, ¿es acaso eso lo que necesita Colombia?
“Pues de malas”, dirían muchos, mientras tanto otros seguimos creyendo que el nuestro es un país que necesita menos antipatía, aversión, inquina y odio. Si en el último cuatrienio se habló de un cambio, significa conciliar y no parecerse a lo que éramos antes, una sociedad fragmentada por barras bravas de dos extremos.
Más que claro, ni un oponente al gobierno es necesariamente militante de un movimiento de derecha, ni un gobiernista puede ser calificado forzosamente como izquierda radical, así las cosas para construir democracia, despidamos los procesos del odio sostenidos por raquíticos argumentos de defensa poco propositivos.
Mientras tanto, la mayoría de electores que no somos lelos, entendemos una sola premisa: “Todo gira en torno al dinero, al mando, a sobresalir; la riqueza es bienestar, no es pecado, mientras la pobreza es hambre, frío, excases y miseria, algo distante de gobernar que supone privilegios inocultables”.
La educación tradicional lamentablemente nos enseñó a odiar, no hemos entendido la necesidad de evitar hablar mal de los demás y destacar lo que estamos haciendo bien, ese sentido lo deben tener un mandato y su oponente.
Imagínate que ayer fui tu oponente y hoy quiero construir contigo, no valen ni desmayos, ni trasvocar, o mucho menos sacar el insultario para descalificar a nadie, son nuevos tiempos y dejar de odiar es entender el futuro democrático de cualquier país.
“De seguro puedo llorar, lo haré el día que despida a otro de mis seres queridos, el asunto asociado a las dinámicas democráticas es que la mudanza jamás irá detrás de la carroza fúnebre”.